89 88 R I C A R D O P A U - L L O S A L A M Ú S I C A D E L O J O O E L S U R G I M I E N T O D E L O B J E T O T A U M A T Ú R G I C O l largo viaje del hombre hacia el conocimiento —que incluye el autoconocimiento— comienza con el primer encuentro reflexivo entre la subjetividad y el paisaje. Los orígenes del estado de conciencia se encuentran en las primeras confirmaciones de lo ajeno que es el mundo a nosotros. De inmediato, el individuo encuentra o intuye un fulcro entre su naciente sentido de la posi- ción y el mundo, y ese fulcro son sus manos. Sus pies confirman el lugar que ocupa; sus manos, las posibilidades para emprender la acción. Ambos definen el sentido de dominio para la vida y la mente. Designar estos poderes en las manos será la atribución más importante que jamás hará, pues así involucran una parte vital de su ser, una parte de su cuerpo cuyo ámbito de función, creatividad y capacidad de aprendizaje jamás cesarán de sorprenderlo. En cuanto al cuerpo se refiere, en asuntos de versatilidad y creatividad después del cerebro viene la mano. El despertar de esta conciencia de sus manos, como fulcro entre la solidez finita de su ser y la expansión trans- parente del mundo, cambiará para siempre los verbos de la mano —entre ellos hacer, blandir y expresar—, convirtiéndolos en sus propios íconos y en la medida de toda acción. A sabiendas o no, en este primer encuentro reflexivo con el paisaje, el in- dividuo instantáneamente descubre y hace propios los cuatro polos esenciales de la acción de sus manos: unir-significar-dividir-santificar. Con el tiempo, establecerá filosofías y religiones, lenguaje y poder; es decir, obedecerá a esas fuerzas mayores dentro de él, que primero tienen que proyectarse hacia fuera, hacia el paisaje y «más allá» de él, antes de poder aceptarse como realmente propias. Lejos de tratarse de una imposición o un mecanismo de defensa, esta proyección representa una reconciliación entre el ímpetu masculino de crear orden y el principio femenino evidente en la naturaleza que lo rodea. Las actividades asociadas con estos polos esenciales de la acción —entre ellas ponderar, adorar, expresar y controlar— surgen del deseo del hombre de regirse a sí mismo y de regir al mundo simultáneamente. El mismo sueño del paraíso se basa en esta dualidad. Sin embargo, tales actividades emanan como rayos de un eje, cada una diferente pero unidas en un solo punto: el centro enigmático arriba: Inicio de una cesta miniatura tejida en crin de caballo sobre armante de caña. página opuesta: La artista en su estudio,1965. página anterior derecha: Balayes , cestas, hechas por los habitantes de las regiones de la selva del Vaupés. La artista los utiliza para agrupar y pintar los diferentes elementos que componen su obra. No hay duda de la devoción que en el hombre ha infundido el espectáculo ilimitado de la naturaleza. Fragmento de ella es un paisaje, composición del «azar» y, no obstante, concebible sólo a través de la mirada humana. De allí el vínculo estrecho que existe entre paisaje y arte.

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