IV El de Olga de Amaral es un arte esencial que hila sus madejas en la rueca conmovida de la memo- ria y entrelaza hebras de múltiple origen en el frágil telar de la vida. Allí están, como ecos de tiempos prehispánicos, las fibras simbóli- cas del dorado sudor del sol y las plateadas lágrimas de la luna; el resplandor y el trance místico de los altares coloniales; las señales mágicas de triángulos, espirales y rectángulos; los hilos ásperos del paso inexorable del tiempo; las hilazas del agua del olvido que refulgen entre la oscuridad y el silencio, convertidas en es- telas pétreas alumbradas por los sueños, en fragmentos de signifi- cados, en filamentos de pérdidas, en sombras cósmicas, en ondu- laciones acuáticas sin tiempo, en inesperados soles cuadrados, en trajes rituales que, como para los nativos de los Andes, tienen vida, cuerpo y espíritu. V Si tejer es componer, ordenar y colocar con método y disposi- ción, es la experimentación con diversos materiales y formas la que conduce a la construcción de un lenguaje en continua evo- lución. Y así, se trastoca el lugar que ocupan el derecho y el revés, el interior y el exterior, lo pictóri- co y lo lineal, el borde y el plano, la forma y el fondo. La artista descubre las fuerzas inéditas de valores visuales y táctiles que establecen juegos de oposiciones, con los que parece invocar una liturgia milenaria en la que se podría, por momentos, vislum- brar lo infinito. VI La obra es un enorme ovillo que se desenrolla y conduce, poco a poco, a un vislumbre, a un posible descubrimiento que trasciende el terreno formal de la representación y encarna valores emocionales. El tejido, en lugar de cubrir o proteger, se erige autónomo y crea una suerte de atmósfera sa- grada polivalente, que invita a la sensualidad visual, a la recreación de ficciones míticas, a la contem- plación de lo intangible. VII En los poemas tejidos de Olga de Amaral no hay descrip- ciones literales sino abstracciones que evocan o aluden. Son la voz de un ser femenino ancestral, que desde Penélope, aprendió a tejer y a destejer el vacío de la espera entre la vigilia y el sueño, convir- tiéndolo en red de ilusiones que sustenta el mundo; en paño que abriga contra la desventura; en instrumento para la invocación o aplacamiento de fuerzas su- periores; en pretexto para con- versaciones con otros o consigo misma; en manifiesto de alegría o perplejidad; en obras de arte que expresan la experiencia estética y vital de la artista, para quien la posibilidad de crear constituye su justificación última. 7
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